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VI – San Francisco (parte 2)

Etapa VI

San Francisco, Monterey, Santa Cruz 

Etapa VI – San Francisco, California (parte 2)

Al día siguiente era el trigésimo primer cumpleaños de nuestro anfitrión Serhii. Tenían planes en pareja así que nos mudaríamos por la tarde a otro lugar. Ellos mismos habían hablado con una amiga suya, también ucraniana, y nos habían apañado tres noches más allí, lo cual agradecimos inmensamente. Al mediodía paseamos en Haight-Ashbury, el barrio hippie, donde el tiempo se paró en los años sesenta. Después de comer fuimos al barrio llamado Castro, la zona gay. Al lado de Castro, Chueca es un convento. En un semáforo un señor de unos setenta años esperaba tranquilamente para cruzar en calzoncillos. Decidimos tomar un café sentados en un bar y, como una especie de imagen ante mis ojos, me pareció ver a un hombre completamente desnudo por la calle. Creía que mi retina me había jugado una mala pasada pero, al rato, cuando iba a dar otro sorbo a mi café, pasó de nuevo, esta vez con un amigo, calle abajo. La tolerancia y la multiculturalidad rigen esta ciudad.

Escaparates en Haight-Ashbury, San Francisco
Escaparates en Haight-Ashbury, San Francisco

Irena, nuestra nueva anfitriona, vivía un poco a las afueras, al lado del lago Merced. Era una urbanización privada con una casetita en la entrada a cuyo vigilante has de informar de quién eres y a dónde vas. El piso estaba nuevo, decorado con gusto y nuestra habitación era la mejor que habíamos tenido en este viaje. El día de acción de gracias Irena no tenía planes así que nos llevó en su coche a desayunar al Java Beach Café y después nos acercó al Golden Gate Park, un gigantesco parque, que comparte nombre con el famoso puente, que une el océano Pacífico con el barrio hippie que visitamos el día anterior. Desde allí fuimos al famoso puente Golden Gate. En poco tiempo en autobús llegamos.

Barrio de Castro, San Francisco
Barrio de Castro, San Francisco

El tiempo seguía acompañando, hacía sol e incluso calor. Ni rastro de la mítica niebla que cubre a veces el puente y que no permite ver el final del mismo. Anduvimos por él hasta la mitad y desde allí admiramos las playas y la ciudad a lo lejos. Luego volvimos sobre nuestros pasos y nos dirigimos hacia la ciudad por los infinitos paseos marítimos a lo largo de las playas. El tiempo era casi veraniego, como suele ser en los últimos años en noviembre en Cádiz. El deporte parece una obligación en esta ciudad. Nos cruzábamos constantemente con muchísima gente corriendo o en bicicleta. En Baker Beach había windsurferos, kitesurferos, personas haciendo taichi, muchos perros que perseguían juguetes o a otros perros…

Baker Beach, San Francisco
Baker Beach, San Francisco

Al día siguiente alquilamos dos bicicletas todo el día para recorrer el parque de Golden Gate. Como las alquilamos en la zona de Fisherman’s Wharf, antes de llegar al parque recorrimos toda la costa durante un par de horas, subiendo y bajando colinas. Hubo alguna subida en la que tuvimos que bajarnos y empujar la bicicleta cuesta arriba, pero las vistas de los acantilados una vez se pasaba el puente dirección al océano merecían la pena.
Pedaleamos mucho, tanto que acabamos usando el portabicicletas que todos los autobuses tienen en el morro. Me costó un poco armarlo y colocar las dos bicicletas de manera que no saltasen en el primer badén y acabasen bajo las ruedas del autobús pero, tras retener cinco minutos al impaciente conductor asiático, pudimos continuar camino sin sobresaltos.

Fisherman's Wharf, San Francisco
Fisherman's Wharf, San Francisco

En esta ciudad prácticamente todo el mundo se mueve en coche. Los autobuses de San Francisco están reservados para la población menos adinerada y para vagabundos con problemas de todo tipo. No son para turistas que quieran disfrutar de sus vacaciones, pero nosotros le habíamos cogido el gusto a sus peculiaridades. En este autobús primero fue el turno de un chico que no paraba de hablar solo y cargaba en sus brazos un montón de calzoncillos, sueltos, sin bolsa, desconozco si nuevos o usados. Además, en una mano tenía una pieza grande de jengibre crudo, al natural, que iba comiéndose a bocados. Después de tirar varios calzoncillos al suelo se bajó. Unos minutos después subió un rastafari auténtico, negro como la caoba, con cuatro rastas cortas que cada una apuntaba para un lado. Cuando el autobús estaba en total silencio él pensó que lo más divertido sería gritar fuerte, y así lo hizo, asustando a todo el personal que brincamos en nuestros asientos. Luego se dedicó a disparar con una pistola imaginaria a todo el que se le cruzaba. Dimos gracias de que se apease antes que nosotros ya que debíamos pasar por su lado para bajar.

Puente Golden Gate, San Francisco
Puente Golden Gate, San Francisco

Tuvimos la cena de Thanksgiving un día más tarde, con Irena y su amigo, también ucraniano, Igor. Cocinamos una tortilla de patata de la que mi madre se sentiría orgullosa, salió perfecta de tamaño, color, olor, textura y sabor. A los dos les encantó. La acompañamos con ensaladas y por supuesto con el mítico pavo de acción de gracias. Hablamos de muchas cosas durante toda la noche y nos sentimos muy afortunados de conocerles.  

 

A la mañana siguiente, Irena se fue todo el día y nosotros nos quedamos en casa donde pusimos dos lavadoras y sus correspondientes secadoras. Cuando estaba a punto de irse la luz nos fuimos a caminar dirección a la playa a ver la puesta de sol. El lago Merced estaba tranquilo y reflejaba la hora dorada del día.

Llegamos al acantilado sobre la playa por una zona que se hace llamar la batería Davis. Me encantan las costas que dan al oeste, ya que las puestas de sol en el agua son un regalo y, además, me recuerdan a mi infancia en Cádiz. El Mediterráneo español regala bonitos amaneceres, pero claro, le implican a uno madrugar. La playa se cubrió de un velo blanquecino y nuestra visión de repente se nubló, limitándose la visión a unas pocas decenas de metros. 

Isa y Hugo, Golden Gate, San Francisco
Isa y Hugo, Golden Gate, San Francisco

Monterey

 

El deportivo de Irena no estaba pensado para dos mochileros como nosotros, cargados como mulas. Hubo que embutir las mochilas entre el maletero y el asiento de atrás, donde apenas se veía a Isa tras las mochilas. Nos despedimos de ella con unos abrazos en el aeropuerto, donde cogeríamos el coche de alquiler para ir a pasar un par de días en la costa californiana. Le debíamos mucho a esta chica, habíamos pasado unos días estupendos en una ciudad estupenda. Nunca olvidaremos esta semana aquí y siempre que recordemos la ciudad inevitablemente nos acordaremos de Irena y su buen rollo.

17-Mile-Drive, Monterey
17-Mile-Drive, Monterey

Una vez en el coche condujimos en dirección sur hasta Monterey. Recorrimos la carretera panorámica conocida como 17-Mile Drive. Llegamos a la pequeña población de Carmel-by-the-sea. Se daba un estilo a las urbanizaciones puramente de playa que se encuentran por la costa española, como por ejemplo las urbanizaciones de Vistahermosa en El Puerto de Santa María. Grandes casas, a cada cual más envidiable, frente a una bonita playa de arena blanca y aguas tranquilas. Una vez dejamos todo en el motel donde nos alojabamos, el Monterey Pines Inn, fuimos a dar un paseo por la ciudad. Tomamos un café en un bonito coffee roaster, compramos unos caramelos y paseamos por la pista de hielo que ya había montada de cara a la Navidad.

Por la mañana visitamos otra parte de Monterey, la famosa calle Cannery Row, llamada así por las enlatadoras (can) de sardinas que hubo en este lugar en los años cuarenta y cincuenta.

Puerto de Monterey, California
Puerto de Monterey, California

Santa Cruz

 

Pusimos rumbo a Santa Cruz. Anduvimos hacia la playa, cruzamos el río San Lorenzo y la brisa trajo olor a pinos y a flores que me eran muy familiares. El clima era muy similar al de Jerez por lo que compartimos gran parte de la flora. Llegamos al famoso Boardwalk, otra especie de feria montada en la misma orilla de la playa. No entenderé nunca porque al humano le gusta estropear aquellos lugares que la naturaleza ya ha hecho bellos de por sí, con estos enormes hierros. El teleférico de colores y la montaña rusa, al menos, mantenía su estética setentera, lo que lo hacía menos feo. Fuimos a andar por el muelle, el Wharf. Todas las ciudades de por aquí tienen reconvertidos sus muelles en zonas de ocio y restauración, pero Santa Cruz se jacta de tener el más largo de la costa de Estados Unidos. La mayoría de restaurantes eran de pescados y mariscos a la parrilla. Y todos, sin excepción, anunciaban una sopa de almeja servida en un gran pan redondo vaciado, el clam chowder.

Boardwalk, Santa Cruz, California
Boardwalk, Santa Cruz, California

Volvimos a San Francisco por última vez, nos quedaba una noche antes de nuestra marcha al día siguiente a Las Vegas. Esa noche la pasaríamos en casa de Erika, una nueva persona de gran corazón que nos acogería en su casa. Esos días estaban pintando su casa y el salón estaba completamente inutilizable, pero fue igualmente amable de hospedarnos. Ella había vivido en un pueblo pequeño de Cataluña cuando tenía diecisiete años, fue a cursar allí el bachillerato tras rogarle a sus padres irse al extranjero a estudiar. Teníamos nuestra propia habitación y nuestro propio baño. Además tenía un pequeño lavadero con una mesa y una silla con vistas al centro de la ciudad, que nos confesó que era su lugar favorito de la casa. Pintaba la casa para alquilarla ya que tenía en mente dejar su trabajo en breve, tras un último año de duro trabajo y poco reconocimiento, y tenía pensado irse a Chile una temporada. Quién sabe si no nos encontraríamos allí unos meses después.

Muelle de Santa Cruz, California
Muelle de Santa Cruz, California

Erika hizo el tremendo favor de llevarnos en coche a la estación de autobuses. Nos ahorró un feo camino en tranvía cargados con las mochilas y en coche llegamos en quince minutos. Echaríamos mucho de menos esta ciudad y la amabilidad que sus gentes nos habían demostrado. Siempre que pienso en América pienso en su locura, sus armas, en Trump y en todo el estigma que acompaña a esta nación, pero he de decir que hemos encontrado personas fabulosas aquí, que nos han abierto de par en par las puertas de sus casas y que ahora son más que nuestros anfitriones. Como decía Javier Reverte en Corazón de Ulises:

«Todos los lugares que guardas en tu memoria, tienen siempre un rostro humano flotando entre sus paisajes»

Golden Gate Bridge, San Francisco
Golden Gate Bridge, San Francisco

Teníamos once horas de autobús por delante hasta Las Vegas. En la primera parada cometí el error de preguntarle al conductor su nacionalidad. Era colombiano y enseguida pegó la hebra. En todas las paradas siguientes nos buscó para proceder con tremendos monólogos ante los cuales no podíamos más que asentir y sonreír.

A las diez de la noche empezaron a asomar edificios salidos de un cuento, llegábamos a Las Vegas.

 

Continuará… 

7 comentarios en «VI – San Francisco (parte 2)»

  1. Me alegro que encontréis personas que os ayuden a realizar y seguir este bonito viaje, y, gracias por compartirlo una vez más. Un besote para cada uno.

  2. Me encanta la facilidad que tenéis para conectar con la gente, ese espíritu abierto que os abre puertas. También pienso que la gente tiene necesidad de comunicarse y seguro que compartir esos días con vosotros les aporta tanto como a vosotros.
    Bss

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